lunes, 6 de junio de 2011

El turco de Holzedar

Perro entre los perros,
inmundo despojo humano,
antes gallardo, ahora esclavo
y peor siervo de su amo.
Hombre de poca honradez
arrebatada quizás por las guerras
al cual el feroz destino
destronó con su gran mano

Este era el esclavo turco
ahora en Austria, antes en Grecia
Que por delatar la Independencia
los griegos con diligencia
desterraron furibundos
por no ser justo, ajusticiado
y despojado de su mundo

Ahora malvivía
trabajando como esclavo
en la casa de Holzedar
como nunca humillado.
Mas allí conoció,
¡Dios sabe quién realmente era!
¿La Diosa Fortuna encarnada?
¿Un ángel encargado a su vera?
¿O quizá su gran Alá,
que de su situación supiera?
Dijo de llamarse Damián

El mayordomo de Holzedar,
que de gran confianza gozaba,
de buen corazón dotado
y del turco se apiadaba.

Con su buen corazón,
ayudó a aquel felón.
La puerta dejóse abierta
y cuando este escapaba
a la luz de un candelabro
le susurró:

-Suerte. Que el destino os depare
un futuro mejor.
-Gracias-dijo el turco
con su tez morena alumbrada-,
gracias de todo corazón.

Así fue como el suertudo
otra oportunidad halló.
Pasaron los años, y al turco,
la suerte otra vez le sonrío,
pues poco a poco y con trabajo,
a pesar de haber sido esclavo,
un rico mercader se tornó.

Y fíjense como el destino,
desalmado espectador,
da vueltas a la vida,
que aquella noble familia,
en la ruina se halló.
Y los Holzedar endeudados,
no sin ningún reparo
despidieron a Damián,
el cual mendigaba en las calles
alimentándose de los restos
de la comida que un día el sirvió.

Y dio la casualidad,
que volvió a encontrarse al turco,
con los papeles invertidos
en la calle donde escapó.

-¡Una moneda!-decía Damián-
¡Una ayuda por favor!
¡Apiádate de aquel
que la libertad te dio!
-¿Pero que decís, pobre diablo?-respondió el turco-
¿Qué decís, desdichado mendigo?
¿Acaso es que la pobreza
os hizo perder la razón?
-Ciertamente-dijo Damián-,
un día perdí la razón.
¡El día que confiado
y de mi bondad guiado,
la libertad os facilité!
-¡Por Alá os juro-amenazó el turco-
que como sigáis calumniando
muerte inmediata os daré!
-¡Serpiente, vil villano!
¡Dame ahora mismo muerte,
y herirás a tu benefactor!
-Vos lo habéis querido.

Y así el malvado turco
a Damián de un golpe mató.
Mas con este griterío,
los Holzedar bien armados
salieron a ver que aconteció.

-¿Qué ha sido eso?-decían.
-¡Damián! ¡Muerto!
-¡Y por aquel turco que escapó!
-¡No escapará otra vez!
-¡Causémosle su perdición!

-Mas señores, cálmense-dijo el turco,
aterrado ante el gentío-,
pues tan sólo he matado un mendigo.
Y soy un poderoso señor,
al cual si solo rasguñáis,
en mayores problemas os veréis.

-Pero no hay justicia que defienda
en ningún caso lo contrario
a que un esclavo rebelde
sea castigado por su señor.
¡Rezad lo que sepáis!
¡Os mataremos sin compasión!

Así fue como el vil turco
halló un fin bien medido
a la maldad hecha en vida
y a lo negro de su corazón.
Poco después los Holzedar,
como propietarios del difunto turco,
sus bienes totales heredaron,
saliendo de aquella ruina,
que tanto tiempo les costó.

Y aquí acaba la historia
Cuya moral es la siguiente:
“Mordiendo la mano que te alimenta
tan sólo lograrás
mal proveniente de ella,
o de aquel quien la apoye.
Saciaos mejor de ella
y tras ello agradecerlo,
pues pocas manos en la vida
alimentan a alguien ajeno
a sí mismo o a sus amigos
sin esperar nada a cambio.”

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